lunes, 30 de noviembre de 2009

¡Matadlos a todos!

"¡Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos!". Fue la respuesta que le dio el legado del Papa, Arnaud Amary, el 22 de julio de 1209 al oficial del ejército pontificio cuando éste preguntó, al entrar en la ciudad de Béziers, que como distinguirían a los cátaros de los creyentes.
Nadie puede negar que fue una respuesta eficaz a pesar de los daños colaterales. Una intención, un escenario y un resultado que no nos resulta demasiado extraño. Fijaos para qué sirven los códigos moralistas y las estrategias a pesar de los ochocientos años transcurridos: para mantenerse histórica y plenamente vigentes. ¿Acaso no es eso mismo lo que hacemos hoy en escenarios tan dispares como Oriente medio, Afganistan, América latina, Chechenia, o las selvas amazónicas? ¿Acaso no es la forma y la "maniera" con la que algunos poderosos Estados tratan a todos sus enemigos? ¿Y acaso no es también la vía de apremio con la que algunos Gobiernos abanderados de higiénica democracia "acarician" a las clases más castigadas por el "progreso"? Y ya hurgando en el final de la cadena, ¿no es también el procedimiento que muchos de nosotros llevamos escrupulosamente a cabo con amigos, familiares y compañeros de trabajo a los que nuestra partidista perspectiva ha convertido en sospechosos de aquel medieval catarismo y que, por tanto, pueden llegar a jodernos los planes?
En cualquier caso, siempre estaremos a salvo de cualquier molesta o cojonera responsabilidad a posteriori porque Dios siempre reconocerá a los suyos. Y entonces, como se suele decir, que Dios los ampare. Una programada exclusión de los molestos del banquete que tiene que ser llevada a efecto, hoy más que nunca, con un cierto tinte de ejemplaridad para que cualquier movimiento o generación venidera tome debida nota. Y es que los recursos dulzainos de bienes en especies o en metálico andan, como algunos animales, en período de extinción.
En el siglo XIII se llamaban cátaros y en el XXI hemos sido capaces, al menos, de tecnificar los vocablos: fundamentalistas, indigentes sospechosos, honestos sin fronteras o juanes sin tierra. Basura cósmica que diría la NASA mientras se afanan unos y otros en buscarles un eterno descanso como a los molestos residuos de la radioactividad. El procedimiento de limpieza de basura medieval que llevó a cabo el consejo de Arnaud Amary resultó contundentemente ejemplar y, a juzgar por los resultados, eficaz en extremo. Ningún cátaro osó asomarse después a los siglos posteriores. Todos fueron eliminados por herejes, por infundadas sospechas, o por no rezar a la hora y en el lugar que Dios siempre había mandado. O quizás también porque aparentaban una cultura y una tolerancia que ofendía los más rectos preceptos de la época.
Pero seguimos igual, el ejemplo ha cundido con darwinista precisión. La especie de los maltratadores, de los aniquiladores, está razonablemente a salvo, y la única confusión radica en la frágil línea que separa a los unos de los otros, a los exterminados y a los exterminadores. Si todo continúa por el camino emprendido será dificil situarse en uno u otro lado. La pérdida de referencias camina de la mano del aplastamiento de los principios más tradicionalmente arraigados con la moral y la dignidad del individuo. Sospecho que algo tendrá que ver en ello el anonimato al que nos ha conducido la Banca, el Fisco y el Gobierno de los EEUU, despojándonos de nuestro nombre y apellido y colocándonos, como a los presos de Guantánamo, un número relacionado con el nivel de sectarismo o de productividad como única seña de identidad.
Muchos cuando lean estas cosas dirán que no entienden nada. Otros, en cambio, mirarán hacia otro lado. Ya lo he dicho: la frágil línea roja en honor a la sangre que delimita el sendero del bien y del mal, a nivel global, nacional o individual ya que el orden o magnitud de la colectividad no altera el efecto deseado, será la frontera del mundo.
Algún día acabaremos matándonos todos y entonces la tragedia será no tener a ningún Arnaud Amary para echarle la culpa. Pero el ciclo, como la energía y como la serpiente Uróboros que se crea y se devora a sí misma, seguirá su curso, aunque sea sin nosotros. A los nuevos, buenos y malos, Dios volverá a distinguirlos.

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