
Pero, ¡claro! con las cosas de comer y con los asuntos de follar -perdón por ser tan explícito- no se juega, y los expertos, ante tamaña y caliente complejidad, se pierden en la nube evanescente de sus propias divagaciones. Se trata de indagar en las verdaderas intenciones que mueven a las mujeres para echar una buena siesta en compañía de... y sin llegar a dormirse. Más allá de los asuntos antropológicos y de nuestros afortunados instintos animales, me temo que no hay que buscar las razones en enrevesados laberintos, aunque sí que resulta bastante sospechoso que Meston y Buss hayan basado su estudio exclusivamente en el género femenino. Los machos de la prole debemos ser una rutina al uso que hace ya muchísimo tiempo se despojó de toda máscara de complejidad. Debe ser, porque como he leído en otro artículo, "los hombres no sabemos enfrentarnos a los problemas" y por eso mismo nuestras razones para follar constituyen una simpleza en sí mismas. Confieso, ahora que no hay nadie tras la puerta, que muchas veces es exactamente así, pero ¿por qué queremos dotar a las mujeres de la condición que convierte un excitante abrirse de piernas en un asunto cabalístico? Así nos va, a los unos y a las otras.
Se dice que todavía hay mujeres que usan el sexo no como un fin, sino como un medio, y que muchas mujeres dan sexo a cambio de asuntos como tener una estabilidad económica o un estatus social. La verdad es que putas y putos siempre los hubo y los habrá, pero los sicológos mencionados siguen haciendo incapié en que el insconciente de la hembra humana se mueve en un cierto arraigo con las normas de la edad de piedra. ¿Y nosotros, los machos humanos, no?
García Leal comenta que "los humanos somos la única especie cuyas hembras tienen la menopausia" y con ello intenta justificar la infidelidad de los hombres que buscan a mujeres más jóvenes huyendo de la "atrofia" de fertilidad de sus parejas cuando rondan los cincuenta años. ¿Y las mujeres, no gozan también de episodios de infidelidad, a pesar de que sus parejas no presenten otras menopausias que las referidas al cerebro? Yo creo que estas cosas no hay que estudiarlas en grandes manuales de sexo y comportamiento tribal. Tan solo hay que preguntarle a la cuñada, a la vecina del quinto, a la que luce palmito en el bar de la esquina, o a tu propia hija adolescente -el que la tenga-. Quizás entonces nos daremos cuenta de que no somos tan distintos. Sin embargo Meston y Buss siguen echando leña al fuego al afirmar que "las mujeres utilizan el sexo de distintas formas, desde para atraer a un hombre e involucrarlo en una relación, hasta para hacer que siga con ellas y le sea fiel, o por el contrario pasar de él y hacer que se ponga celoso".
Volviendo a lo de la histocompatibilidad, García Leal afirma que, hasta cierto punto, el olor del otro advierte sobre el estado de la salud y de la posesión de unos genes idóneos para tener una descendencia sin taras, y concluye diciendo que es también a través de esa sutil captación de vientos -por decirlo en lenguaje cinegético- por donde "los humanos nos guiamos para preferir a una pareja lo menos emparentada posible con nuestra familia para maximizar la variedad genética". Demasiado refinamiento, diría yo, para advertir que la jodienda no tiene enmienda. Es como si aún arrastráramos el estigma de lo pecaminoso buscando la justificación del acto en absurdos procesos que han sido capaces de establecer un pacto entre la fisiología y el espíritu para darse un baño de satisfacción. La cultura, para algunos sexólogos, es el elemento moderador por excelencia en toda relación sexual, pero la sexóloga Valerie Tasso parece tener los pies más en el suelo cuando afirma que"Me parece ridícula la vieja confrontación entre si el sexo es algo biológico o algo cultural".
Para concluir con la cascada de opiniones "profesionales" del artículo, y siguiendo esa línea de las razones puramente "cienciológicas" del panorama sexual, me inscribo más con las de Mario Luna, fundador de la Escuela de Seducción Científica, cuando dice" la fantasía reina de la mujer es encontrar a su LDT (Líder de la Tribu) o Príncipe Enamorado, alguién que desde el punto de vista evolutivo podría ofrecer a sus genes las mayores probabilidades de replicación y supervivencia en ésta y generaciones venideras. Dicho Príncipe Azul contaría con la mejor dotación genética, una posición ventajosa y la clara voluntad de asistir, proteger y compartir sus recursos con la mujer de la que está enamorado". Sí, para muchas mujeres, esa podría ser una buena carta de presentación; de hecho, casi todos los hombres conocemos a algunas de éstas, las buscadoras de un Príncipe Azul que ostenta una posición ventajosa, asiste, proteje, saca la basura, y da brillo y esplendor -como el lema de la Real Academia- aunque no resulte demasiado agraciado en sus argumentos físicos.
Pero la realidad es la que es y las vendas en los ojos tan solo sirven, a veces, para llenar páginas en las revistas. Ni el deseo sexual de las mujeres obedece a insospechadas razones de la ultratumba biológica, ni el de los hombres radica en una vastedad que nos ha convertido en la "gran generalización".
Hace ya muchos años, en mi pueblo, Albanchez, se formó un revuelo a las puertas de la casa de una bella moza. Resulta que se había fugado con un hombre bastante mayor que ella. Cuando llegó el alcalde y preguntó qué había pasado, una mujer se acercó y le susurró al oído "Nada, señor alcalde. Solo ha sido fuego...¡fuego braguetorum!". Y el alcalde enseguida lo comprendió.
Y no hay otras razones para bajarse las calzas en un momento dado, el fuego irrumpe desde el mismo centro de la Tierra y ya no hay quién lo pare ni existe más cosa a su alrededor. Los análisis olfativos, en todo caso, vendrán después, como meros asuntos secundarios que miran timidamente al futuro. Pero lo esencial es lo esencial. ¿Acaso no lo intuyó ya el gran Quevedo?:
Estaba una fregona por Enero
metida hasta los muslos en el río,
lavando paños, con tal aire y brío
que mil necios traía al retortero.
Un cierto conde, alegre y pacentero,
le preguntó con gracia: "Tenéis frío".
Respondió la fregona: "Señor mío,
siempre llevo conmigo yo un brasero".
El conde que era astuto y supo donde,
le dijo, haciendo rueda como un pavo,
que le encendiese un cirio que traía;
y dijo entonces la fregona al conde,
alzándose las faldas hata el rabo:
"Pues sople este tizón vueseñoría".
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