
Como tantas paradojas, tener nombre de flor y apellidarse como una de las ciudades más bonitas de España, no garantiza la hermosura. Violeta Santander es la mujer más nefasta que pasea chulescamente su palmito por el ruedo ibérico del año en curso.
No sé donde ostias acertó a nacer ni cuando, pero quizás algún día, cuando recobre la lucidez que conceden las arrugas y los viejos remordimientos acudan en tromba buscando una inútil redención, entonces, mirando al cielo, implore algunas migajas de perdón. Y aún así lo dudo.
Esta tía -no me atrevo a catalogarla de otra forma- ha sentado una nueva jurisprudencia poniendo patas arriba a un colectivo que, ahora más que nunca, no sabe si llorar o reir con la jodida simultaneidad de sus triunfos y sus tragedias. Una jurisprudencia, sin embargo, de corto recorrido porque el vomitivo juicio que ha expelido por su boca no va a suplir omisiones de la ley ni va a fomentar prácticas similares que conculquen parecidos espectáculos. La susodicha Violeta es un especímen único y a esa unicidad debe remitir su orgullo en lo que le quede de ésta u otras vidas.
Hasta aquí, es decir, hasta ese día en que llegamos a conocer el tufo maloliente de su impresentable complicidad, yo no había sido capaz de sospechar que se pudiese llegar tan lejos en los siniestros resortes de la malintención, el vasallaje, la traición, el tributo al proxenetismo y la estupidez en su más estricto sentido. Confieso que si a mí me encargaran la improbable tarea de crear un nuevo diccionario, elegiría su nombre como única acepción para definir la palabra "puta". Y que nadie se espante ni rasgue sus vestiduras. Es también como define el diccionario actual a las mujeres que actúan con malicia y con doblez. Del primer adjetivo, Violeta ha demostrado que está hecha en gran medida, y del segundo, se ha convertido en un referente institucional para todos los que pretenden dar a entender lo contrario de lo que sienten.
La violencia de género es, junto al paro y la mediocridad, una de las grandes tragedias que mueven los hilos de hoy en esta vieja y sospechosa España. A Jesús Neira casi lo aniquila más el testimonio de esta tía que el puñetazo de una bestia que, como tal, no sabe discernir ni acepta razón alguna. ¿Qué será lo que tiene un individuo como él para que ella se pliegue de forma tan injuriosa a sus deseos? O dicho de otra forma, ¿qué no tendrá ella para ofrecerse a tan mezquina compostura? Lo que tiene él no es dificil de intuir: carne, kilos, mala leche y poco más. Lo que ella no ha debido tener nunca es vergüenza, y lo que no va a volver a tener son derechos por mucho que la impúdica Tele 5 se los pague con generosidad. Ha sido el parangón, la representación mediática de un indignante cutrerío para salvar aquello de lo que nunca dispuso dejando a sus compañeras a los pies de los caballos.
No sé donde ostias acertó a nacer ni cuando, pero quizás algún día, cuando recobre la lucidez que conceden las arrugas y los viejos remordimientos acudan en tromba buscando una inútil redención, entonces, mirando al cielo, implore algunas migajas de perdón. Y aún así lo dudo.
Esta tía -no me atrevo a catalogarla de otra forma- ha sentado una nueva jurisprudencia poniendo patas arriba a un colectivo que, ahora más que nunca, no sabe si llorar o reir con la jodida simultaneidad de sus triunfos y sus tragedias. Una jurisprudencia, sin embargo, de corto recorrido porque el vomitivo juicio que ha expelido por su boca no va a suplir omisiones de la ley ni va a fomentar prácticas similares que conculquen parecidos espectáculos. La susodicha Violeta es un especímen único y a esa unicidad debe remitir su orgullo en lo que le quede de ésta u otras vidas.
Hasta aquí, es decir, hasta ese día en que llegamos a conocer el tufo maloliente de su impresentable complicidad, yo no había sido capaz de sospechar que se pudiese llegar tan lejos en los siniestros resortes de la malintención, el vasallaje, la traición, el tributo al proxenetismo y la estupidez en su más estricto sentido. Confieso que si a mí me encargaran la improbable tarea de crear un nuevo diccionario, elegiría su nombre como única acepción para definir la palabra "puta". Y que nadie se espante ni rasgue sus vestiduras. Es también como define el diccionario actual a las mujeres que actúan con malicia y con doblez. Del primer adjetivo, Violeta ha demostrado que está hecha en gran medida, y del segundo, se ha convertido en un referente institucional para todos los que pretenden dar a entender lo contrario de lo que sienten.
La violencia de género es, junto al paro y la mediocridad, una de las grandes tragedias que mueven los hilos de hoy en esta vieja y sospechosa España. A Jesús Neira casi lo aniquila más el testimonio de esta tía que el puñetazo de una bestia que, como tal, no sabe discernir ni acepta razón alguna. ¿Qué será lo que tiene un individuo como él para que ella se pliegue de forma tan injuriosa a sus deseos? O dicho de otra forma, ¿qué no tendrá ella para ofrecerse a tan mezquina compostura? Lo que tiene él no es dificil de intuir: carne, kilos, mala leche y poco más. Lo que ella no ha debido tener nunca es vergüenza, y lo que no va a volver a tener son derechos por mucho que la impúdica Tele 5 se los pague con generosidad. Ha sido el parangón, la representación mediática de un indignante cutrerío para salvar aquello de lo que nunca dispuso dejando a sus compañeras a los pies de los caballos.
¡Dios te eche, Violeta malquerida, por donde mal no hagas! Cuando supe de ti, me acordé enseguida de una tal Consuelo, mi primera puta allá por los albores de los 70. Mientras lavaba sus encantos en un cubo, recuerdo que me dijo que lo hacía por venganza a su maltratador. ¡Ay, si tú hubieses tenido esos cojones! Espero que cada mujer que se pasea por el mundo, maltratada o no, te devuelva el escupitajo.
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